La mayor y gran cuestión de todos y cada uno de los maestros de éste siglo es, y seguirá siendo: “¿Cómo motivo al alumno para que haga x?”
Esta cuestión esconde algo más profundo. La pregunta no es real. La pregunta real es: “¿cómo consigo que mi alumno haga x sin obligarlo?”
Porque si realmente buscáramos la motivación, no nos sentiríamos frustrados cuando el niño no hace x y falla la técnica. No seguiríamos buscando incesantemente cómo hacer que el niño haga x con una sonrisa en la cara. Habríamos motivado al niño y después habríamos dejado que siguiera su camino, aceptando sus decisiones.
No, no hacemos eso. No nos sirve.
Hay quien se salta la duda directamente y fuerza al niño para que haga lo que él quiere: “Haz esto o tendrás consecuencias”
Digamos que se ejerce una autoridad de forma evidente. Se deja claro quién manda, que manda porque sí, y no da opción a discusión. “Hazlo y ya está”
A.S.Neill, en el prólogo de su libro sobre su escuela Summerhill, llama a este tipo de autoridad, “autoridad evidente”. Pero destaca otro tipo de autoridad: la que hay detrás de la duda que he planteado al principio, “¿Cómo motivarte para que hagas x?”, que realmente se traduce en “¿Cómo consigo que hagas x sin caer en la autoridad evidente y sin obligarte?”
O sea, “Quiero que este niño haga x, pero como no puedo forzarlo porque no es ético (ni queda bien de cara a la galería), entonces buscaré cómo “motivarlo”.”
Sin embargo, sigue habiendo una autoridad detrás y que finge que ya no está ahí, y pretende que el alumno crea que hace las cosas porque quiere.
Intenta ocultarse a sí misma tras el término “motivación” y tras la actitud de payaso alegre a tope de energía constante con infinitos juegos superdivertidos (“¡fíjate cómo mola esto!”), olvidando que dentro de ésta famosa palabra hay factores internos del individuo, los cuales no siempre interesa tener en cuenta.
Porque lo que nos interesa es que haga x, porque le vendrá bien y será bueno para su futuro.
Este tipo de autoridad, A.S. Neill la llama “autoridad anónima”.
Nadie quiere reconocer que está ahí, por eso el nombre.
La diferencia entre una y otra es que mientras a autoridad evidente dice “Haz esto”, la autoridad anónima dice: “estoy seguro de que te encantará hacer esto”.
En el segundo caso, la sanción o el castigo por no hacerlo no queda tan claro, pero suele traducirse en explicaciones, sermones, malas caras o gestos de desaprobación, o la aparición de la sensación de desajuste con respecto al resto, como si no hicieras lo que se espera de ti.
La autoridad evidente emplea la fuerza. La autoridad anónima emplea el manejo psíquico.
Es el mismo manejo que utilizan las grandes empresas para “motivarte” a que compres algo.
Ahora, con la mano en el corazón y de forma sincera, que tire la primera piedra aquel que nunca en su vida haya ejercido autoridad anónima.
Todos lo hemos hecho, en algún momento, con algún alumno. Porque cuesta darse cuenta de lo que pasa en realidad, y siempre queremos pensar que todo es por su bien.
No estamos preparados para aceptar la libertad real del niño, su motivación real e interna, porque a lo mejor no nos interesa.
Nos interesa que aprenda cosas útiles, o en nuestro caso, que aprenda a tocar.
Si no toca, hay que motivarle. Aunque las motivaciones intrínsecas del chaval no nos interesan, o nos interesan lo justo para saber cómo esquivarlas.
Y después le damos nuestra píldora bien envuelta en azúcar. Pero que la tome. Eso es lo principal. Como sea, pero que la tome.
Salir de esta conducta es difícil, y pasa por varias fases.
La primera, es darse cuenta de que se está ejerciendo.
La segunda es dejar de hacerlo, pero al dejarlo resulta que caemos en una sensación de vacío. ¿Y ahora qué hago? Nos sentimos andar por la cuerda floja sin arnés, sin los recursos que antes usábamos para enseñar
La siguiente es buscar nuevos recursos. Nuevos juegos, nuevas ideas, algo que alivie esa sensación de vacío.
Después, llegas a darte cuenta de que todos esos juegos y recursos nuevos no son más que azúcares de otros colores para la misma píldora de antes.
Vuelta a la sensación de vacío.
Y la última fase, la más difícil. Es la aceptación.
Aceptar que no se puede manipular la motivación real de un niño, y que tu función real es la de apoyar. Apoyar y cuidar de lo que crece y se desarrolla por sí mismo.
Aprender a estar atento a aquello que surge musicalmente para poder regarlo y abonarlo.
Sin correr, sin prisas.
Esto es muy difícil, vaya si es difícil. Más difícil aún si das clases grupales. En el momento que el niño, en clase de instrumento, propone cualquier cosa que no tenga que ver con la tarea que nos interesa nos ponemos nerviosos.
Yo aún me pongo nerviosa.
Pero me he dado cuenta de que quien tiene una motivación real por el instrumento aprovecha que estás allí, te pide los juegos que le has enseñado, o las canciones, te pide que toques, te pide que le enseñes, te pide en general.
O quizás te pide menos, pero porque necesita un ritmo que no es el que tú has marcado para él.
El que realmente no quiere estar allí, no te pide nada. Puedes proponerle, enseñarle los recursos que llevas contigo. Pero nunca manipularle. La elección siempre es suya. Si hay algo que necesite ser comunicado, lo comunico, pero con espacio y tranquilidad todo puede desarrollarse.
Podemos pensar que si nos dejamos llevar por el niño, sin forzarlo y sin “motivarlo” no hará nada. Pero mi experiencia me ha dicho que no es así.
Yo me armo de paciencia, observo y trato de aceptar. Propongo y observo, escucho y asimilo. Parto de lo que realmente quiere para acompañarlo.
La motivación real lleva una dosis importante de libertad. Cuando el individuo hace las cosas porque quiere, o siente que tiene mucha capacidad de elección, se siente más motivado.
La motivación real cede espacio. Convive con el “no” del niño, sin frustración por parte del maestro.
Se puede motivar sin manipular.
¿Y tú? ¿Alguna vez te has visto a ti mismo utilizando la autoridad anónima en tus clases? ¿Cómo te has sentido? Cuéntamelo en los comentarios y no olvides compartir estas ideas con alguien que creas que necesita leerlas.
- Mi Ebook: "Los tres pilares de la motivación en la enseñanza del instrumento"
- Todas las ideas y recursos que publique directamente en tu bandeja de entrada.
Mario says
Hola Rocío,
De todo lo que llevo leyendo de pedagogía, motivación, innovación, etc, este me parece uno de los mejores posts al respecto. Sencillo y al grano. Sacando a la luz la gran arrogancia que tenemos los profesores a la hora de enseñar y el miedo que nos da cuando se rechaza lo que proponemos o las clases empiezan a ir por otros derroteros que no son para los que supuestamente nos pagan…
A mí también me da cierto vértigo la libertad esa de: a ver, qué quieres hacer, incluido si no quieres hacer nada, si quieres bailar y jugar y no me están pagando para ello.
En mi caso, lo que mejor me funciona y estoy empezando a hacer es hablar de entrada sobre las expectativas que hay para las clases y acordar un marco más amplio:
– Las clases son de música con piano, no de piano. Es decir que a no ser que los niños específicamente quieran aprender solamente piano, hay muchas posibilidades: cantar, escuchar música, bailar, movimiento, ritmo, etc.
Yo creo que lo que nos pasa a muchos profesores es que le damos demasiada importancia al contenido que enseñamos. Y al final quizá importe más la relación que establecemos con los alumnos y lo que aprendemos a nivel personal unos de otros.
Esto me parece especialmente sensible en música. Con el mantra de «la música es super importante, esencial, etc» a veces me da la sensación de que se atropella a los niños sin dejarles que ellos mismos elijan cómo quieren aprenderla.
Aparte de todo, es imposible por otra parte no aprenderla, porque estamos rodeados de ella… :D
Un abrazo!
Rocío del Olmo says
Hola Mario,
Fantástico comentario. Sí, en realidad enseñamos música con piano, no sólo piano. Y sí, la arrogancia de darle demasiada importancia a nuestro campo a veces nos ciega. Los niños tienen vida, tareas e intereses más allá del piano y la música.
Mucho ánimo con tus clases. Gracias por tu comentario. :)
Un saludo