Tú y yo, como músicos, hemos tenido nuestra propia trayectoria de aprendizaje. Nuestro propio proceso, dentro del cual todos hemos tenido tropiezos, buenos profesores o malos profesores… o simplemente profesores.
Y también hemos cometido errores. A veces, durante años. O técnicas que nos han entorpecido más que ayudado, o metodologías que no tuvieron en cuenta que no éramos máquinas.
Puede que algunos de nosotros ni siquiera lleváramos metodología y fuéramos a salto de mata.
En la mayoría de los casos somos conscientes de este proceso y de sus consecuentes errores y, por tanto, una de nuestras mayores motivaciones dentro de la clase es evitar que nuestros alumnos cometan esos mismos errores; que se beneficien de lo que nos sirvió realmente, y que se salten la parte que no nos ayudó.
Lo que yo planteo es: ¿es esto posible?
Piensa esto por un momento. El profesor, o la profesora que estuvo contigo seguro que intentó lo mismo: evitar que cometieras sus errores. ¿Lo consiguió? ¿Has tenido una carrera musical perfecta y completa? Voy a aventurarme a contestar que no, que aun así has tenido aprendizajes con tropiezos, con errores.
Y esos tropiezos, quieres evitárselos a tus alumnos… ¿por qué? Seguramente por las mismas razones que tu anterior maestro/a.
¿Ves? Acabamos de entrar en un bucle.
¿Por qué queremos evitar esos errores en nuestros alumnos?
Quizá porque pensamos que si no los comenten irán más rápido y mejor. Puede ser…
Yo creo que nos cuesta asimilar lo que no es correcto. No queremos verlo, ni en nosotros ni en nuestros alumnos. Forma parte de cómo nos han enseñado; en el colegio y la formación tradicional los errores no son tolerables. Están mal, implican boli rojo en nuestro cuaderno o una carita triste. No los queremos.
Pero evitar que tu alumno cometa errores es prácticamente imposible.
De hecho, vamos a ir un poco más allá. Me aventuro a decir que gracias a esos errores que cometiste eres ahora mucho más consciente de tus necesidades como músico, y de tu actual proceso de aprendizaje, ¿verdad? Piénsalo. Si no fuera por esos errores, por todos ellos, ¿sabrías hoy en día lo que necesita realmente el proceso de aprendizaje de tu alumno?
Yo, por ejemplo, no fui consciente de la tensión de mis hombros mientras tocaba hasta muchos años más tarde.
Mi profesora solía centrarme en otras cosas… sobre todo, en lo que tenía que ver con la partitura. ¿Puede que, de esa forma, estuviera intentando corregir en mí un error suyo del pasado, y al mismo tiempo y sin pretenderlo, creando un nuevo hándicap? Atender a mi cuerpo no parecía ser una de sus prioridades, no recuerdo que jamás me tocara el hombro o mencionara nada al respecto.
Mi maestra, en toda su buena intención de intentar que no cometiera los errores que para ella eran importantes, permitió que ocurrieran otros.
Pero a veces pienso que si yo no hubiera tenido tensión desde el principio, si hubiera estado siempre perfectamente relajada, quizás ahora tendría mejor técnica, pero no le daría la importancia que ahora le doy a esas tensiones. Puede que ni me percatara de ellas, ni de las de mis alumnos, porque nunca las habría sentido. Ahora sí soy consciente, y en consecuencia lo soy de la tensión de mis alumnos. Suelo estar al tanto, y dar un pequeño aviso cuando veo tensión.
Pero no con todos la he podido corregir. Porque en mi mano no está corregir, está llevar la atención hacia algo que está pasando. No siempre esa atención evita lo que a mí me gustaría. Pero es que se trata de eso, de acompañar el proceso y permitir que cometan errores. Porque aunque ahora un alumno no sea consciente de la tensión de sus brazos a pesar de mis indicaciones, lo será más adelante, cuando esté listo para atender a su propio cuerpo, o cuando no tenga más remedio que darse cuenta de ello para poder avanzar. Y ése momento es importante y revelador para él. Y por lo tanto, conllevará un aprendizaje muy profundo.
Como me pasó a mí.
No es posible un proceso sin errores, porque los errores son parte del proceso.
Tus errores han hecho mucho por ti, y lo siguen haciendo. Has aprendido de ellos ¿o no?… y lo que te queda. El día que descubras más errores que has ido cometiendo en tu camino, los que aún no has visto, ese día habrás aprendido muchísimo.
Porque, como dicen en algunas de esas frasecitas fáciles y cuquis que rondan por la red, para eso están los errores, para aprender de ellos. Si evitas unos, habrá otros, y si te centras en otros, los habrá más allá, donde ni siquiera llegue tu mirada.
Son la base, son lo esencial. Necesitamos los errores para aprender. Son como el juego tipo escondite de “frío” y “caliente”. Si no existiera el “frío”, nunca llegaríamos a la zona “caliente”.
Asimilar esto es difícil, y lleva tiempo. Yo aún estoy en ello…
Así que, mientras tanto, seguiremos intentando que nuestros alumnos sean perfectos instrumentistas, que no comentan nuestros errores, ni los suyos.
Y nos convertiremos en nuestros propios maestros, esos que tampoco quisieron que cometiéramos errores.
Y que, afortunadamente, los cometimos.
Tu turno, ¿cómo llevas tú este tema? ¿Qué piensas de evitar tus errores en el proceso de tus alumnos? Seguro que tienes algo que contar. Déjamelo en los comentarios, me encantaría saber tu punto de vista y tu experiencia.
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Hola Rocío ,muy buenas tus publicaciones y el libro también muy bueno. Seguí así y de a poco y entre todos vamos a ir mejorando y enderezando el camino.
Hola Fernando, gracias por tu comentario y por tus palabras. El mérito no es mío, es de todos los maestros que intentamos mejorar poco a poco. Sigue así tú también. Mucho ánimo… poco a poco. :)