Había reservado la sala desde hacía meses. Fantástica, con un pequeño escenario y un piano de cola. Una sala pequeña, íntima, pero elegante y adecuada.
Poco después de las vacaciones de Fallas y Pascua empecé a mencionar la audición de este año en mis clases. Quería que se fueran haciendo a la idea, fueran eligiendo la canción que les gustara y tuvieran tiempo de sobra para poder prepararla.
Desde el primer día tuvieron la opción, y nunca la obligación, de asistir e interpretar en público. Fue elección de ellos tocar allí.
Todos quisieron tocar. A pesar de que todos eran conscientes de que pasarían nervios, vergüenza y miedo a hacer el ridículo, todos dijeron sí.
Algo que también dejé claro desde el principio fue que tenían completa libertad para elegir la canción que querían tocar.
Me dio igual si la canción escogida representaba el nivel del alumno en ese momento. Me dio igual si era resultona o no. Quise que se sintieran cómodos tocando. Quise que el evento se enfocara en compartir música, no en demostrar habilidad.
Quería que disfrutaran de la canción que ellos mismos habían elegido. Que disfrutaran practicándola y sacándole el mejor partido.
También fueron libres de cambiar de opinión.
Mis dos alumnos más pequeños, de tres y cuatro años, no querían tocar hasta la semana antes de la audición. Una vez se acercó el evento, ambos, cada uno por su lado, decidieron que querían participar y tocar. Algo que me llamó la atención, porque no supe darle explicación a ese cambio de opinión de los más pequeños a pocos días del evento. Puede que vieran a sus hermanos practicar más y hablar del tema mucho más que antes, y sintieran más ganas de hacer lo mismo. La verdad es que no lo sé. Pero escogimos una canción juntos y cada uno de ellos tocó.
También hubo cancelaciones que dolieron. Mi alumno más avanzado, Pau, tuvo que renunciar a tocar el claro de luna de Debussy en un piano de cola. Una obra que llevaba meses preparando y que era una delicia escuchar de sus manos. Laura y Emily, primas, tuvieron también que renunciar a tocar la principal obra de Frozen, y una conocida canción de Adele, respectivamente. Y Andrés llevaba una adaptación de la banda sonora de Regreso al Futuro. Tampoco pudo tocar. Ninguno de ellos pudo tocar en la audición, y todos lo lamentaron, yo la primera.
Eché de menos a todos los alumnos que no pudieron estar allí.
Y por fin llegó el día. Tenía los programas preparados con los nombres de mis alumnos por orden alfabético, aunque yo sabía que no saldrían a tocar en ese orden.
La sala se llenó de padres, abuelos, tíos, amigos y pequeños pianistas nerviosos.
Algunos conocían la dinámica del evento y sabían que sería algo informal. Otros iban por primera vez.
Cerré las puertas después de que llegara todo el mundo y empecé recordándoles a todos que no venían a sufrir ni a demostrar nada, y que eran libres de tocar o no tocar. Di libertad también para que fueran saliendo en el orden que prefirieran.
Todos, uno a uno, fueron venciendo su miedo y sus nervios y acercándose por su cuenta a mi lado, bajo el escenario, para presentarse o dejar que los presentara.
Contaba quiénes eran, cómo eran, qué les gustaba, cómo habían aprendido. Algo breve.
Después subían al escenario, solos o conmigo.

Noelia, de tres añitos, tocó apoyada en el piano de la vergüenza que tenía.
Noelia, de tres añitos, tocó apoyada encima del piano de los nervios que tenía, pero tocó.
María (x años, porque no se le pregunta a una mujer mayor su edad), a pesar de un montón de preguntas y de inseguridades, tocó por fin O sole mío. Una canción que le encantaba.
Oscar (9 años) decidió improvisar. Tuvo el valor de subirse a un escenario sin saber qué iba a ofrecer. También sentía vergüenza, pero tocó conmigo y llenó la sala de dulzura.
También salió Carlos (11 años), que se había preparado con muchas ganas St James Infirmary, una obra de Jazz. Se la sabía a la perfección, pero se bloqueó, bajó del piano, y más tarde levantó la mano de nuevo para volver a intentarlo. La segunda vez la tocó sin problemas.
Todos tocaron. Y lo hicieron bien.
Finalicé la audición con un par de ruedas de blues, algo que hice también el año pasado y que gustó mucho. Yo tocaba la base y ellos improvisaban, uno por uno. Algo que toman como un juego. Agradecen la oportunidad de poder tocar con otros niños.
Oscar llegó disparado para tocar blues. Le encanta, pero me sorprendió enormemente que Álvaro (11 años), al que le había propuesto aprender blues hacía meses, y que no le había gustado, quisiera probar también delante de tanta gente sin haber practicado siquiera.
Hicieron una pequeña fila y cada uno tuvo su pequeña improvisación. Este año no lució mucho, sólo hubo tres niños con ganas de tocar blues. Pero me dio igual que no luciera. Ellos se lo pasaron bien, y eso era lo que me importaba.
Éramos pocos, así que en una hora acabó todo. Una hora en la que yo estuve también nerviosa. Sentía sus nervios y veía sus deditos temblar.
Era fantástico tenerles allí a todos juntos. Mis alumnos tocaron, y vieron cómo tocaban otros niños y adultos. Vieron cómo aprendían y los conocieron. Para mí fue importante que descubrieran a otras personas que también llevaban su camino, que también tenían nervios, que también habían hecho su esfuerzo.
Y ver que todos aprenden de forma distinta, que hay muchas formas de aprender.
Esta fue la audición que yo preparé. ¿Cómo has preparado la tuya? Cuéntamelo en los comentarios. Cuéntame cómo la preparas y qué es lo importante para ti cuando lo haces.
Me encanta esa aproximación desde el respeto y la libertad a los más pequeños.
Sugerir y seducir para que lo hagan en vez de imponer. Dejarles a ellos la responsabilidad de elegir su propia opción. Más allá del resultado de la audición, creo que eso es lo más importante.
Yo la última audición que organicé la aproveché para que se presentaran ellos mismos y dijeran algo acerca de lo que iban a tocar. Y por supuesto, que fuera algo voluntario.
Muy interesante!
Un saludo.
Mario.